En abril de 2009 me surgió la posibilidad de poder ir a Berlín para cursar el último semestre de mi máster en Relaciones Internacionales. A una ciudad como Berlín no se le dice que no así como así. Como todas las decisiones importantes no fue sencilla, tal vez porque algo me decía que no sólo sería para seis meses. El cambio significaba decir adiós [entre otras cosas y personas] a casi dos años en la redacción de Informativos TV de la agencia de noticias Europa Press, la que había sido mi verdadera escuela de periodismo para abrazar un sinfín de incertidumbres que solo el tiempo me permitiría aclarar.
A nadie se le escapa que la capital alemana es un paraíso cultural, oasis para el desarrollo personal y profesional, y por supuesto, un escaparate vivo de la historia moderna.
Ahora, desde la distancia, reconozco la huella que casi tres años de vida en la ciudad han dejado en mí. Tras mi paso por las aulas de la Freie Universität y el Instituto JFK, la ciudad se convirtió en mi universidad particular. La celebración del 14 aniversario de la caída del muro me puso en contacto con el artista audiovisual chileno, Pablo Zuleta Zahr, y la unión traspasó el tiempo y los proyectos. Horas de investigación en la biblioteca pública de Potsdammer Platz, otras muchas de trabajo en el taller de Mitte e infinitas las horas de conversaciones (in)trascendentales.
Al poco tiempo, me uní a la redacción de EXBERLINER Magazine, la revista cultural de referencia para angloparlantes, que no son pocos en la capital europea de la inmigración, y en general, para todo el que quiera conocer la cara B de Berlín. Para mí, fue realmente como entrar a formar parte de una pequeña familia, con la que compartir discusiones editoriales entre tazas de té, largas jornadas de trabajo durante ‘printing time’ y de nuevo vuelta a imaginar un nuevo número distinto y mejor para el mes siguiente. Pero también un gran reto, nunca antes había habido en el equipo un/a redactor/a no nativo/a en inglés.
Exberliner, donde me dediqué especialmente al ambicioso género de la entrevista para diversas secciones, me permitió conocer la ciudad y a sus visitantes –al fin y al cabo en Berlín todos estamos de paso– desde un lugar privilegiado, el que te otorga el pasaporte de periodista, ese que te permite preguntar casi sin permiso, entrar sin llamar para que tu anfitrión te reciba la mayoría de las veces con los brazos abiertos y dispuesto a hacerte su fugaz portavoz. Así, me sumergí en la delicada obra creativa del artista audiovisual de origen belga Nicholas Provost, en la vanguardista y provocativa compañía de danza dirigida por la argentina Constanza Macras, en la intrépida trayectoria en la industria cinematográfica del director y productor alemán Jens Meurer o la vuelta a los escenarios de la mítica banda alemana de electropop Lali Puna, entre otros muchos reportajes.
La agenda cultural de Berlín, es un fiel reflejo de la actividad de sus gentes. O viceversa. Y entre otras historias, me subí a una de las pocas limusinas que recorren la ciudad conocida como Arm aber sexy (el mítico «pobre pero sexy» mencionado por el exalcalde Klaus Wowereit que ha trascendido como lema de la ciudad a lo largo de las décadas, aunque ya cada vez la ciudad sea menos pobre, y por ello tal vez resulte cada vez menos sexy); coincidiendo con la Berlinale de 2010, no me perdí una première y navegué por la incipiente comunidad del cine online (legal) en proceso emergente en Alemania y charlé con el irreverente grupo de teatro mímico Blue Man Goup.
Berlin, 2010 sin duda es una de esas etapas en la vida que me marcaron en lo profesional y lo personal, de esas en las que los logros saben mucho mejor precisamente por lo duro que ha sido el camino hasta alcanzarlos. Pero ese fue solo el primero de otros tantos Berlines, al que le siguieron 2011, 2012 e inlcuso Hamburgo 2013. Así hasta que en septiembre de ese año, desafiando todas las estadísticas, me convertí en una de las pocas españolas en retornar a España por una oferta de trabajo, cerrando –temporalmente– mi aventura alemana.